Oh Señora,?
me has robado el corazón.?
Y yo te pregunto:
¿Dónde lo
has puesto?
¿No lo habrás escondido en tu Corazón,
por temor de que yo lo
encuentre?
Oh, Robadora de Corazones,
¿Cuándo me devolverás el
mío?
¿Quieres quedarte con el para siempre?
Cuando yo te lo
pido,
Tu sonríes,
y tu sonrisa me tranquiliza.
Pero, vuelto en
mí,
si te lo vuelvo a pedir,
me abrazas, oh Dulcísima.
Entonces,
embriagado de tu amor,
ya no pienso en mi corazón,
y no sé pedirte
otra cosa que el Tuyo.
Desde este momento
mi corazón se
encuentra
tan embargado por tu Dulzura,
que te lo doy,
para que Tu lo
guies
y para que lo coloques
en el Corazón de tu Hijo.
de Ricardo de San Lorenzo, siglo XIII
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