¡Oh, María inmaculada y siempre bendita,
singular e incomparable
Virgen María Madre de
Dios.
Templo suyo muy agradable,
Sagrario del Espíritu Santo,
Puerta de reino de los cielos,
por quien después de Dios,
vive todo el orbe.
Inclina ¡oh! Madre de Misericordia
esos tus ojos reflujentes a mi, pecador;
Haz, Señora, que tu milagro rayo de la luz
incline y alumbre mi alma;
Y si lo que te pido conduce este fin,
concédemelo a mayor gloria de Dios y tuya.
Amén.
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