¡Madre
del alma, celestial María!
Con toda la ternura y el amor y el deseo de mi
corazón te elijo desde hoy como Reina, Señora y Madre de esta casa, con todo lo
que contiene, hijos, criados, animales y cosas, y cada pieza con toda la que la
llena. Toma las llaves que te entrego como a la ama y Señora, y concédeme la
dicha de ser tu esclava y tu hija muy amante, que sólo quiere ser tuya y
obedecerte con todo el corazón y el alma.
Concédeme,
que nada haga sin consultártelo, que obre en todas las ocasiones como tu
obrarías, con esa perfección de miras e intenciones sobrenaturalizándolo todo,
y con una vida de amor más del cielo que de la tierra.
Así
quiero santificar mis actos.
Tú,
desde hoy, serás para siempre la Señora, la dueña y la Madre con nuevo título
de las obras y de mis hijos, siendo yo una pobrecita, pero obediente hija, que
te de gloria imitándote.
Quiero
estar siempre en segundo término, Madre mía, porque tu eres la primera en mí y
en cuanto me rodee.
Desde
ahora hasta mi muerte, quiero vivir bajo el manto de mi dulce Madre, y ya no
estaré sola ni huérfana, sino bajo tu dirección y tus miradas, María,
inmolándome en tu honor.
Te
amo, y te haré amar con todas mis fuerzas, y mi vida. En todas las piezas está
ya colocada tu imagen sacrosanta para que las bendigas, ahuyentes del enemigo y
que no permitas en ellas ninguna murmuración ni ofensa a Dios.
Impregna
toda su atmósfera de pureza, Virgen Inmaculada, para que nos respire más que
blancura, candor, inocencia, pudor, cruz, amor.
Acepta
por adelantado las penas y alegrías que en estos cuartos tengamos.
¡Oh
mi bendita y amada Madre! Que desaparezca yo con todos mis defectos, y que
parezcas tú en mí, con tu dulzura, tu caridad, abnegación, paciencia, humildad,
y con todas tus demás virtudes.
¡Oh
mi Reina, somos tus vasallos!
!
Oh mi Madre, mi amada Madre, somos tus hijos!
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