Te adoro en el Santísimo Sacramento,
Oh Jesús, Maestro Mío;
siento que hoy las cosas no marchan bien para
mí.
Me parece que pierdo el valor y me invade la
tristeza...
Por eso vengo a confiarte mi pena,
a ofrecértela sobre todo, para unirla a tu
Cruz dolorosa,
y que eso sirva para purificarme de mis
faltas;
quizás también un poco para salvar el
mundo...
Tú me conoces bien, Señor.
Tú me comprendes, Señor.
Es bueno saber que has venido a esta tierra
para perdonar, para ayudar a los que se sienten débiles y cansados.
Pues, bien lo sé, es preciso no dejarse
abatir.
No es digno de un cristiano, salvado por Tu
hijo,
de un Padre lleno de ternura.
No es digno tampoco de un ser humano
que esté decidido a realizar algo.
Jesús resucitado:
vuelvo a confiar en Ti y en mí.
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